Los Colombianos a veces somos seres coyunturales, así, hablamos de la explotación laboral con fuerza el primero de Mayo, con suerte en otros días del mes; cuando en los titulares de los dos canales fuertes de este país está el maltrato infantil, reunimos especialistas para hablar de infancia y recordamos la constitución y los derechos del niño; cuando es el día de la madre en uno que otro programa serio suenan temas como las garantías laborales y estatales para las embarazadas; cuando es el día de la mujer hablamos de los índices de violencia doméstica y de acoso sexual. Cuando los indígenas bajan de la montaña y se toman las vías nacionales, recordamos que existen y aunque no entran en la agenda mediática como los niños o el número de personas de la marcha de 1 de Mayo, por lo menos nos sentimos incomodados.
Entonces, vivimos inconformes con la manera como nos sentimos obligados a vivir (el bajo sueldo, lo costoso de la vivienda, la corrupción política, el racismo, etc.)
pero sólo nos manifestamos cuando el calendario nos da una fecha de permiso o cuando otros bastantes se animan, de lo contrario continuamos con nuestra rutina,
contando las monedas para el colectivo, pagando la casa que costaba 14 millones en un inicio y que con la deuda que adquirimos en el banco ya hemos pagado 2 veces y seguimos cotizando.
Continuamos caminando por nuestras ciudades, observando la corrupción del funcionario, el sujeto de la esquina que mira con deseo a la vecina pero la llama puta,
el marido infiel que llega al hogar a golpear a su mujer; el homosexual que en la calle es insultado, el negro al que no le damos trabajo,
el indígena a nuestro lado al cual, la gente que no pasa indiferente, observa con desprecio, pasamos al lado del joven que es arrastrado en una batida hacia el camión militar por no tener su boleta de guerra,
mientras que agradecemos porque alcanzamos a transitar sin que nos pidieran papeles. Continuamos comprándole las empanadas a la niña que recibe nuestro dinero con manos quemadas
o regalando las monedas al niño que está siendo esperado por su acosador en la otra esquina. Y así seguimos nuestra vida, levantándonos todas las mañanas para ese puesto que no nos gusta pero que era el único,
observando nuestro rostro en el espejo y mintiéndonos a nosotros mismos diciéndonos que esa realidad social no nos toca, que nunca estaremos en la situación de ese indígena, ese homosexual o ese hombre afrocolombiano,
que nunca vendrán a sacarnos de nuestra casa sin darnos la oportunidad de sacar los muebles como a nuestro vecino.
Y si tenemos un poco de conciencia, en el mejor de los casos, esperamos una fecha para salir a marchar, por lo menos algunos nos colocamos una cinta del color de la causa que se esté conmemorando
mientras otros salen ansiosos a gozar del festivo sin saber a qué se debe.
Nos acostumbramos a comer carbón cuando no es mierda y, cuando ésta última falta, ahí sí no estamos tan adormilados, sí tenemos algo de humanos, salimos a manifestarnos,
pero sólo cuando nos falta y sólo la pedimos para nosotros. El resto del año vivimos como zombis gozando de unos cuantos pequeños momentos de felicidad y cumpliendo con un sistema voraz y absurdo
porque “nos toca”, porque cuando nacimos ya estaba y es mejor “dejar así”.
Ya que estamos en Mayo, sería bueno recordar el de 1968 cuando nos atrevimos a subir la imaginación al poder; siempre es posible algo diferente, no lloremos por el carbón que nos falto,
exijamos y retomemos la tierra que nos quitaron y con la que cultivamos el alimento de la conciencia. Adela Cortina decía algo que debería ser consigna de vida:
El derecho que pidamos para nosotros debemos pedirlo para todos, he ahí la razón de ser de los derechos universales.
Por: Mayela Fernanda Trujillo Polanco
Entonces, vivimos inconformes con la manera como nos sentimos obligados a vivir (el bajo sueldo, lo costoso de la vivienda, la corrupción política, el racismo, etc.)
pero sólo nos manifestamos cuando el calendario nos da una fecha de permiso o cuando otros bastantes se animan, de lo contrario continuamos con nuestra rutina,
contando las monedas para el colectivo, pagando la casa que costaba 14 millones en un inicio y que con la deuda que adquirimos en el banco ya hemos pagado 2 veces y seguimos cotizando.
Continuamos caminando por nuestras ciudades, observando la corrupción del funcionario, el sujeto de la esquina que mira con deseo a la vecina pero la llama puta,
el marido infiel que llega al hogar a golpear a su mujer; el homosexual que en la calle es insultado, el negro al que no le damos trabajo,
el indígena a nuestro lado al cual, la gente que no pasa indiferente, observa con desprecio, pasamos al lado del joven que es arrastrado en una batida hacia el camión militar por no tener su boleta de guerra,
mientras que agradecemos porque alcanzamos a transitar sin que nos pidieran papeles. Continuamos comprándole las empanadas a la niña que recibe nuestro dinero con manos quemadas
o regalando las monedas al niño que está siendo esperado por su acosador en la otra esquina. Y así seguimos nuestra vida, levantándonos todas las mañanas para ese puesto que no nos gusta pero que era el único,
observando nuestro rostro en el espejo y mintiéndonos a nosotros mismos diciéndonos que esa realidad social no nos toca, que nunca estaremos en la situación de ese indígena, ese homosexual o ese hombre afrocolombiano,
que nunca vendrán a sacarnos de nuestra casa sin darnos la oportunidad de sacar los muebles como a nuestro vecino.
Y si tenemos un poco de conciencia, en el mejor de los casos, esperamos una fecha para salir a marchar, por lo menos algunos nos colocamos una cinta del color de la causa que se esté conmemorando
mientras otros salen ansiosos a gozar del festivo sin saber a qué se debe.
Nos acostumbramos a comer carbón cuando no es mierda y, cuando ésta última falta, ahí sí no estamos tan adormilados, sí tenemos algo de humanos, salimos a manifestarnos,
pero sólo cuando nos falta y sólo la pedimos para nosotros. El resto del año vivimos como zombis gozando de unos cuantos pequeños momentos de felicidad y cumpliendo con un sistema voraz y absurdo
porque “nos toca”, porque cuando nacimos ya estaba y es mejor “dejar así”.
Ya que estamos en Mayo, sería bueno recordar el de 1968 cuando nos atrevimos a subir la imaginación al poder; siempre es posible algo diferente, no lloremos por el carbón que nos falto,
exijamos y retomemos la tierra que nos quitaron y con la que cultivamos el alimento de la conciencia. Adela Cortina decía algo que debería ser consigna de vida:
El derecho que pidamos para nosotros debemos pedirlo para todos, he ahí la razón de ser de los derechos universales.
Por: Mayela Fernanda Trujillo Polanco
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