Crónica de un alma tiznada que deambula por la avenida Quinta de Neiva. Sus ojos van más allá de la vacuidad, son el triste infinito, por eso los transeúntes evitan verlos, temen perderse en la inmensa oscuridad de esas miradas terriblemente profundas.
“Antes de devorarle su entraña pensativa
Antes de ofenderlo de gesto y de palabra
Antes de derribarlo
Valorad al loco

Su indiscutible propensión a la poesía
Su árbol que le crece por la boca
con raíces enredadas en el cielo.

Él nos representa ante el mundo
con su sensibilidad dolorosa
como un parto.”
Me defiendo, RGJ.

Encuentro "Si me siento solo pues estoy solo":

¡Ahí está! Por fin llegamos a él, tiene un sueño perturbado que lo obliga a moverse en el asfalto, un tenis de almohada, ropa sucia, nada en su aspecto que lo diferencie de otro vagabundo, en el sueño es uno más, se vuelve inexistente, está sin sus palabras. De un golpe se sentó, ¡uy! Me miró, es como si supiera que lo estuve observando, bajo inmediatamente la mirada, no lo quiero intimidar, intentando ser casual torpemente lo miro de nuevo, me está mirando serio y altivo, con esos ojos como flechas apuntándome, ahora soy yo la intimidada.

Después de un tiempo vuelvo a mirarlo y me sonríe, sencillamente sonríe o tal vez sólo es una mueca; se para seguro y con aparente naturalidad, se pone el tenis con rapidez y va al barril de agua que está en la estación de gasolina Esso, se sumerge en el enorme recipiente, saca lo poco que queda de liquido y lo brinda a su rostro y cabeza con el ánimo de asesinar los últimos rasgos de sueño. Está subiendo, se dirige a Olímpica, en realidad parece que sonriera, camina relajado y se sienta al frente del centro comercial, le silba a alguien o a nadie, a veces creo que me mira, pero la distancia no me permite saberlo con seguridad, desde la otra esquina lo observo interrumpida por los transeúntes y los autos que se detienen en el semáforo, me distraigo observando a otro callejero que tira un empaque de galletas a la canasta de basura, me rio de que sea más limpio que el ciudadano promedio ¡Se me perdió, pero si sólo me despiste un momento!

Me quedo buscando en la Carrera Quinta con Avenida Tenerife, al frente de los locales de muebles y de comidas que nunca he probado, a ese hombre al que le dicen Babilla, de estatura alrededor de 1,70m, cabello corto, con un camibuzo irónico que atrás lleva el número uno impreso como si él también compitiera en esta vida y fingiera. Cuando al fin logro capturarlo con la mirada, se pierde entre los taxis con rapidez.

10: 30 PM:

Después de caminar un rato la Quinta, lo encuentro acuclillado escribiendo en la calle en donde está el semáforo al frente de Olímpica., literalmente escribiendo en el pavimento con una tiza. No lo veo pedir monedas esta vez, tan sólo lanza juicios a los autos. Camina con su aparente sonrisa y canta “¡Llegó el goloso!”.

Escribe, casi siempre está escribiendo, imprime sus sentencias en la mayor parte de la Carrera Quinta, en el puente, en el suelo, en los barandales, en las paredes derruidas por la publicidad política, en espacios que parecen hechos y reservados sólo para él, como si por mucho tiempo las calles de la Carrera Quinta de Neiva estuvieran esperando a ese ángel o demonio según los ojos que lo miren, para que plasmara sus palabras, sus sentencias, como si los objetos inertes tomarán alma al ser tatuados con frases como “No quiero afectar”, “Que calle”, “Aguante”, “Recordar”, “sin el sin fin” “No entiendo”, “La puerta”, “Mírame bien”, “Solito”, “miro el atraco”, con líneas que salen de las letras y corazones que parecen lacerados, dibujos y palabras pintadas con trazos tan fuertes que aún se observan los trozos de tiza colocados con ira, con dolor, con impotencia, con no sé qué sentimiento.


Andrés Mauricio Sánchez Álvarez me dice que se llama, cuando gracias a mi compañero logro hablarle, me cuenta con una manifiesta tensión que desde los 5 años era un delincuente porque quería poseerse, que hizo hasta el décimo grado en el colegio y que viaja mucho, desde que se le perdió su billetera, nunca se identifica ante la ley, no se cree ni se creyó nunca indigente, no espera nada del futuro, no se coloca edad porque “somos empresa” y siempre ha vivido en la calle, mientras habla se pierde, no se queda quieto, mira para un lado y para otro tensionado, se mece y mueve sus manos con angustia, en su discurso insiste en la presencia de una “pelada” que le quita su “billetera”, habla de un atentado que dice, le hizo a un presidente de Inglaterra en un avión. Según él ha estado en Cali, después Asia, e Italia donde pudo observar la diferencia entre la calle y el estudio, y encontró la ignorancia de si mismo; me pregunta si estoy anotando.


No come, porque teme ser envenenado, o más envenenado de lo que dice ya está, además duerme con miedo porque en cualquier momento lo dopan, lo roban, o los policías lo golpean; Andrés mira el atraco, lo vive constantemente y al hablar de él comenta el pánico de la gente, nos dice que anuncia en sus escritos pero nadie le entiende. Habla de los corazones que se ha quitado y que ahora andan, que los corazones son las personas a las que no les interesa la vida de las otras personas. Nos dice que “No afectar” es decir “Me estás afectando” mientras habla de la ciudad, de la competencia y el portátil, del sicario. Logramos que nos contara de su estadía en los hogares “Claret”, esas máximas impuestas por los psicólogos aún lo persiguen “No vuelvo a caer”, “Avanza sin pausa y con precaución”, los recuerdos de cuando le pegaban, negaban, rechazaban, prohibían y amenazaban, las inmensas torres de platos de 40 personas, que nos cuenta, le tocaba lavar porque si escogía no hacerlo lo amenazaban con lanzarlo a la calle sin ropa, igual situación que vivía en su antiguo hogar en el  barrio Alberto Galindo antes de lanzarse a la fría calle, donde lo acusaban de mantenido y lo repudiaban.


“Juguémonos” es una amenaza, “Úntelo, hágalo y chito” es también una advertencia a la necesidad de vivir callado y con baja guardia en la calle; nos dice que con nosotros en la buena, pero con todos no, cuenta de “Osquitar” (conocido como Balín) que ahora está en la cárcel y dice que no hay que señalarlo. Escribe porque es su única manera de desahogarse, porque es una manera de decirle al man (Dios, tal vez) que está aquí aunque se sienta llamado, y que si le quiere quitar la vida que está listo. Ahora le pide a la gente, antes robaba autos, nunca ha violado, pero sí ha asesinado. Respeta a los que fuman marihuana, la consume junto al bazuco para descansar, vive solo, únicamente ha compartido con efímeras compañeras que se han aparecido en su vida para dar placer por un momento y a las que deja ir porque siente que no tiene nada para ofrecer. Nos dice que él sabe que en cualquier momento la policía lo mata o lo manda a matar, mi compañero le pregunta si por hablar mucho y él responde que por callar tanto. Me entusiasmo demasiado y lanzó preguntas que aumentan su ansiedad, y me dice algo que me deja pasmada “Yo a usted no le estoy creyendo nada, monita, solo pregunta y pregunta ¿Pero está sintiendo?”.


¡Ah! Andrés, y quién soy yo, que en la comodidad de mi hogar escribo esta historia de un ser arriesgado, perdido, loco y genial en sus diferencia, por el que no puedo hacer más que suspirar, admirar, observar y escribir. Qué impotencia tan absurda la que sentí y qué vergüenza… qué vergüenza.



Despedida “No prometa que eso es pecado”:

Recibe mil pesos, me agradece, me encarga a mi compañero y se retira con ilusorio ánimo, mi compañero pregunta:

_ ¿Pa´ la olla, no?

_ No, soy Olla (responde).



Por: Mayela Fernanda Trujillo